Después de los duros meses del invierno, la naturaleza empieza a despertar. Todavía falta para la primavera, pero para los frutales el calendario no cuenta. Las flores blancas y rosadas cubren las chacras y animan una postal única. Una verdadera fiesta anticipada. Un espectáculo frágil que los productores cuidan con afán.

La floración es el momento crítico: una helada a destiempo puede arruinar el esfuerzo de toda la temporada. Una granizada puede perturbar el sueño por dos años. Algunos chacareros realizan las inversiones posibles para esperar este tiempo: riego por aspersión, mallas antigranizo, o la contratación de un seguro que los ponga a cubierto de cualquier contingencia. Otros, están obligados a la resistencia más económica posible: el riego en manto (si es que están cerca del turno), y mantener el piso limpio de malezas.

Están también los que le suman algo más, el recurso del realismo mágico para pedir la protección de alguna entidad especial. Desde encomendarse a Ceferino, al Gauchito Gil o la Difunta Correa; tal vez alguna plegaria para el santo que se sigue desde épocas tempranas o tal vez pedir el recurso de la divina naturaleza. Que una ayuda extra nunca viene mal, por supuesto.

Y a pesar de sus diferencias, todos estarán allí en el momento adecuado, tratando de cuidar el fruto de generaciones de productores que transformaron el monte en una región productiva por excelencia. En una “denominación de origen” antes incluso de que se conociera el concepto: manzanas y peras del Alto Valle de Río Negro.

Las necesarias abejas permitirán la polinización y la formación de los frutos. Pero todavía no está todo asegurado. Falta mucho trabajo todavía. Mientras tanto, una pequeña pausa para disfrutar de este cuadro que es producto del trabajo humano.

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